Paté de fuá: el poder del ritual musical

Por: Estefanía Romero

El Dixieland representó en su época, los años 20, una “distorsión” del jazz Nueva Orleans. En la misma ciudad, los blancos también querían tocar y, en su intento, lograron un nuevo género: más armado de líneas precisas; es decir, con menos vibratos, glisandi y demás recursos técnicos extravagantes que eran característicos de la cultura negra en aquella zona. El Dixieland, sobre todo explotó los instrumentos de aliento y se desarrolló en un ritmo de dos golpes, típico de la polka y ciertas expresiones africanas. Recordemos que, de hecho, fueron los blancos quienes popularizaron el jazz por primera vez.

Paté de fuá creó una “distorsión” más. Con una influencia sobre todo en la polka, la tarantela y el dixieland, esta banda añadió recursos jazzísticos que llegaron en épocas posteriores: hubo episodios en que la batería tomó el sonido de Benny Goodman; los alientos contaron con libertades que aparecieron en la época Big Band, la década de los 30, tales como presentarse en protagonismo mientras los demás instrumentos van de fondo.

   

Hubo magia en los detalles, como algunos sonidos psicodélicos que salieron del saxofón eléctrico de Dan Mazor, los cuales se utilizaron como puente entre ciertos temas.

Si bien todas sus canciones son composiciones de principio a fin, hubo algo de improvisación y, con ella, un sentido de libertad que iba y venía todo el tiempo.

Me parece que esta banda ha sido muy inteligente al elegir ideas que históricamente han impactado audiencias. La tarantela, por ejemplo, que se utilizó como música de baile desde la Edad Media al sur de Europa, y que fue muy explotada por compositores del Romanticismo que viajaron y descubrieron la música de los pueblos europeos. O la polka, que desde el siglo XIX fue el baile de las clases populares en regiones eslavas y que, para los años 20 ya se encontraba por todo Occidente gracias a la invención del gramófono y la Dixieland Jazz Band, bastante influenciada por el género. Pero a todo esto, Paté de fuá suma la canción romántica y se mueve tenazmente hacia el pop, dejando sólo de repente frases jazzísticas posmodernas para sumar emoción a su fórmula.

   

Anoche, el 13 aniversario se vivió rodeado del sonido clásico, energético y circense de Paté de fuá; hubo además baladas, un vals, un tango, blues, improvisación libre. En algún momento Roberto Verástegui tocó un ragtime escondido en el teclado.

Hubo lapsos emotivos. Al inicio, Yayo González anunció el manifiesto de la banda: que algún día nadie sea extranjero. En otros discursos, más avanzado el concierto, se habló sobre la importancia de la igualdad entre hombres y mujeres, “a pesar de las diferencias del corazón”. También se dio un constante agradecimiento de la banda hacia el público por el apoyo de tantos años.

Otro detalle encantador es que estos personajes no se cierran a ser únicamente músicos; sino que realmente saben dar un show. Es muy difícil que las audiencias no se sientan atrapadas con este tipo de atmósferas, rituales para llenarse de energía, saltar (como Luri Molina durante toda la noche), bailar y convivir.